domingo, 18 de noviembre de 2007

"LA CAVERNA" José Saramago


La vivienda y la alfarería fueron construidas en este amplio terreno, probablemente una antigua era, o en un ejido, en cuyo centro el abuelo alfarero de Cipriano Algor, que también usara el mismo nombre, decidió en un día remoto del que no quedó registro ni memoria, plantar el moral. El horno, un poco apartado, ya era obra modernizadora del padre de Cipriano Algor, a quien también le fue dado idéntico nombre, y sustituía a otro horno, viejísimo, por no decir arcaico, que, visto desde fuera, tenía la forma de dos troncos cónicos sobrepuestos, el de encima más pequeño que el de abajo, y de cuyos orígenes tampoco quedó memoria. Sobre sus vetustos cimientos se construyó el horno actual, este que coció la carga de la que el Centro sólo quiso recibir la mitad,...

Edit. Alfaguara, 2003, pág. 32


COMENTARIO:
Al igual que en Ensayo sobre la ceguera, Saramago trata y denuncia en La Caverna el aprovechamiento y la manipulación inmoral que ejercen unos seres humanos sobre otros. En La Caverna el desarrollo narrativo intenta desvelar el comportamiento de quienes de un modo miserable, amparándose en las grandes multinacionales, en la libertad de mercado, en el capitalismo que sólo considera útil aquello a lo que se puede extraer un rendimiento, pisotean la dignidad de los más indefensos. A la sociedad de consumo qué le importa el individuo; qué le importa el trabajo sosegado, la destreza artesanal o el objeto acabado con amor, si sólo le vale el enriquecimiento vertiginoso vendiendo aquello que se produce en serie y mecánicamente; qué le importa todo esto si su lema es : obtener el mayor beneficio con el menor coste. Ellos siempre tratan de confundirnos y de anular nuestra voluntad. Y, visto lo visto, lo consiguen. Nos manipulan nuestros deseos, nuestra forma de vida. Propician que renunciemos a las pequeñas cosas, aquéllas que son la esencia de la vida y que, además, suelen ser gratuitas. La tesis de José Saramago es transparente: directa, indirecta o subliminalmente nos conducen al redil, a la majada, al Centro Comercial. Al lugar donde no hace frío ni calor, ni te mojas; donde puedes alimentarte, vestirte, calzarte, divertirte, solazarte; al lugar donde consiguen vaciarte simultáneamente los bolsillos y la tarjeta de crédito. En el Centro Comercial está la realidad, el verdadero disfrute de la vida; lo de fuera es la penuria, el vacío, la soledad. Los borregos actuales ya no necesitamos perros pastores que reconduzcan al rebaño por el camino correcto; de eso se encargan grandes inversiones publicitarias que, si no tienes la buena suerte de confundirte en las rotondas, te dirigen mediante cientos de vallas hacia la boca que todo lo engulle, vehículos y pasajeros, para que ocupemos durante unas horas nuestro merecido lugar en el Paraíso.
En la novela de Saramago sus personajes resuelven defenderse y recuperar su dignidad.
(S.H.-2007)